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Nobel contra Nobel

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Yerra, don Mario, yerra una vez más como gran cabeza pensante que es. Todas las grandes cabezas son ingenuas, la del Nobel que está en el cielo también lo era, pero los pajaritos no maman, y mucho menos los que se alimentan de las debilidades humanas. Yerra don Mario al pensar que no se iba a convertir en carne de cañón al enamorarse de la mujer más mediática del país, porque ella vive de los medios y viceversa. Es duro pasar de las páginas de cultura a las páginas del corazón, pero, mi querido don Mario, mi admirado don Mario, en eso no tiene usted patente de corso, por ese aro ya han pasado otros con más o menos dignidad, con más o menos resignación o con más o menos violencia, que también la ha habido: que se lo pregunten si no a Jesús Mariñas, que recibió un buen puño en su cara, un merecido y glorioso puño por hablar de forma imprecisa y de quienes nunca habían dado pie para ello. Aquí –y me temo que en todas partes–, se habla más de la intimidad de uno que de los méritos que se van haciendo para alcanzar la gloria. En el caso de don Mario, de gloria va ya sobrado; de afectos, va sobrado también. En España se le ha acogido como español, se le ha dado un sillón en la Real Academia, se le ha otorgado un título nobiliario y la Prensa lo tiene entre algodones. ¿Que se comenta ahora su romance? Pero ¿qué esperaba? Déjeme recordar que si bien en un principio no iba a participar en el acto neoyorquino de las baldosas, luego hizo un brillante paseíllo por la alfombra roja de la mano de su novia y hasta pronunció un discurso felicitando a la firma por tantos años de éxitos y su expansión por el mundo.


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