
Discreta, tímida y aferrada a las tradiciones de su país, Rumanía. Muy religiosa con fuertes creencias espirituales. Pitonisa que cree en el más allá y predice el futuro en función de la naturaleza: «Una especie de maga». Así definen compañeros de profesión a Marcela Topor, primera dama de Cataluña. Quince años más joven que su marido, Carles Puigdemont, la esposa del nuevo presidente de La Generalitat es una mujer con dos principios importantes: la independencia del pueblo catalán, fervor que comparte con su marido, y los ritos ancestrales rumanos basados en sus costumbres mítico-mágico-religiosas. Nacida en el seno de una familia ortodoxa, Marcela creció en la Rumanía comunista de Nico lae Ceaucescu, en las afueras de Bucarest. Su padre, un artesano de la madera, primordial en ese país, la educó en las puras tradiciones de su tierra. A los cuatro años ya bailaba bailes folclóricos tradicionales con el típico traje bordado en lino y seda, la llamada «fote», una saya campesina inspirada en el paisaje rumano. También le acompañaba en las largas colas de rumanos para conseguir alimentos bajo el duro régimen estalinista.