
Llega la famosa nueva política al Congreso. Afirman ser un aire fresco que entra por la puerta a pie, en bici e incluso con banda sonora dispuesto a sentar al pueblo en los escaños granates. Por ahora todo eso es teoría y tendrán que confirmar si eran castillos en el aire o propuestas serias lo que han ido proclamando durante los meses anteriores, pero lo que sí que está claro es que los primeros días han originado muchos más corrillos en el café de la mañana que las legislaturas anteriores. Y no precisamente por los nuevos planteamientos.
La puesta en escena es una de las claves de estos diputados, muchos de ellos nacidos a la sombra del brillo catódico de la televisión que los ha convertido en estrellas mediáticas. Y como toda estrella de la pequeña pantalla, conformarse una estética propia y definida es algo fundamental y en eso, por ahora, han sacado muy buena nota.
Empezando por la coleta de su jefe de filas, Pablo Iglesias, la «nueva» estética de gran parte de los diputados ha hecho correr ríos de tinta. Se ha cambiado el traje por la camiseta y los zapatos de cordones por las zapatillas, haciendo así difícil bocetar al diputado medio. Aunque lo más comentado han sido las rastas del representante de Podemos por la provincia de Santa Cruz de Tenerife, Alberto Rodríguez.
El problema de estas novedades en las bancadas de la carrera de San Jerónimo es que, realmente, no resultan tan nuevas. Ni las rastas, ni la coleta, ni tan siquiera las trenzas de la primera diputada de color, Rita Bosaho, se trata de algo novedoso en la sociedad actual. Todo lo contrario. ¿Alguien se sorprende cuando se encuentra esto en la calle?
Lejos de los cortes más actuales, los nuevos llegan ya viejos. Nada de melenas largas, cortes bob o tintes grises (más en la línea de la popular Teófila Martínez) para ellas. Tampoco encontramos los cortes de moda para los hombres según afirma el estilista David Lesur: «under cut» (lados rapados al cero), «man bun» (recogido a lo Ibrahimovic) y «side part» (al estilo «Mad Men»). Y de las barbas mejor ni hablemos: como mucho de dos días y descuidadas. Suena a antiguo lo que pretendía ser nuevo.