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La resurrección del patito feo

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Acaba el verano con una sola musa. La más insospechada de todas, la que ganó mil medallas en los ochenta y las fundió, malvendidas, de los noventa en adelante. La chica cabreada, ya cuarentona, guapa sin alcanzar la categoría de pibón, la rarita, ojerosa, sardónica, brillante, bizarra, inteligente, problemática y oscura Winona Ryder. Tiene un papel estelar en «Stranger things», la serie que Netflix estrenó el 15 de julio. Ha vuelto loca a la audiencia y los críticos, últimos sacerdotes de un sistema de castas que desaparece, sustituido por desocupados con pseudónimo y biliosos amateurs. Desde «Vanity Fair» a «Rolling Stone» y el «New York Times», los escribas sentados celebran el regreso de la hija pródiga. Lo hace en un vehículo a la medida, una serie amable, fresquita, bien rodada y mejor concebida, que rinde tributo a la televisión, las novelas, la música y las películas de los ochenta, e incluso si repasas Wikipedia verás que entre las influencias más notables y evidentes citan a Steven Spielberg, John Carpenter, Stephen King y George Lucas. O sea, unas gotas de «Un hombre lobo americano en Londres» y el «Thriller» de Michael Jackson, aditamentos de misterio y novelería paranormal, aquí «Los Goonies» y allí «E.T.» y, más allá, incluso, remontándonos a los setenta, la seminal «American graffiti». Un pastiche, como lo fue la fenomenal «Super 8», de J. J. Abrams. «Stranger things» es, además, el vehículo perfecto para una Winona que en su papel de madre abnegada y resuelta, cabezona y rocosa, engancha al espectador. También es cierto que se pasa buena parte del metraje con cara de histérica, al borde del ataque de nervios o peor porque su hijo ha desaparecido y ella está en contacto con esos otros mundos que ensorbecían al agente Mulder.


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