
«No estamos sólo contra la reforma laboral, sino contra su mundo, uno en el que los trabajadores viven bajo el miedo y el poder de un jefe que tiene en sus manos su supervivencia misma». Así se expresaba el pasado abril el economista francés Frédéric Lordon, una de las figuras principales de la NuitDebout (la noche de pie), el movimiento que tomó las calles de las principales ciudades de Francia en protesta contra la reforma laboral impulsada por el primer ministro, Manuel Valls.
En París, en la plaza de la República, se reunieron durante meses miles de personas para debatir en asambleas multitudinarias, como en la que habló aquel día Lordon. Una de aquellas largas noches se presentó allí el documental «¡Gracias, jefe!», dirigido y protagonizado por François Ruffin, el siempre irónico fundador de «Fakir», una revista humorista de izquierdas. En él, el periodista intenta desvelar las que considera las prácticas amorales con las que, según él, Bernard Arnault, dueño y CEO de LVMH, habría llegado a la cima del mundo del lujo: desde despidos masivos, pasando por la deslocalización de sus fábricas, hasta pagos en negro a ex trabajadores que amenazan con hacer público el trato recibido por parte de sus empresas. Ruffin presenta, justamente, esa imagen del jefe todopoderoso a la que se refiere Lordon, ante el cual los empleados se sienten indefensos; de ahí, el irónico titular.
Con un valor neto que «Forbes» estima en 34 mil millones de euros, Bernard Arnault es la segunda fortuna de Francia. El grupo que lidera, LVMH, aglutina decenas de las marcas de lujo más importantes del mundo, entre ellas Dior, Givenchy, Céline, Kenzo, Fendi, Marc Jacobs y la española Loewe. Pero el imperio no se circunscribe a la moda, sino que también tiene importantes inversiones en los sectores de bebidas espirituosas –como Moët & Chandon, Krug, Veuve Clicquot–, perfumes, cosméticos, relojes y joyería.