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Las gallinas de la embajada francesa buscan dueño

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El embajador francés, Jérôme Bonnafot, deja la residencia diplomática sin haber cumplido aún los tres años de destino en España. Y con él también saldrán las gallinas y faisanes que correteaban por el palacete de su Residencia en Madrid y cuyos huevos, con bandera francesa y sin ella, tanto han repartido entre sus invitados y tanta compañía nos han hecho a lo largo de los años. Especialmente a los vecinos del barrio de Salamanca, que ya no tendrán la experiencia de ese agradable despertar escuchando a los gallos al amanecer.

Se abre un periodo de incertidumbre en el edificio de la embajada. ¿Qué pasará con esas hermosas aves? Durante tres años ha sido un espectáculo acudir a la Residencia Palacete y ver cómo la elegante gallina del Japón, con sus plumas como la seda y la piel negra, se hacia con las mejores hormigas y picoteaba la hierba entre las de Java, que no tienen cresta, sino una especie de cuerno hacia atrás, mientras la Sebright se lanzaba con su «kikiriki» a defender a una pinta asturiana y a una rayada gallega en ese oasis de terreno donde se ubica la residencia francesa. La duda nos corroe, habrá que preguntárselo, sin falta, al señor embajador el próximo 14 de julio, cuando se celebre la Fiesta Nacional Francesa y les veamos por última vez. Si alguien pensó que habrá huevos diplomáticos, como los que solía regalar el marido del embajador, Danny Lalrinsan, a los amigos, o que se podrá aprovechar para preparar gallina en pepitoria, descártenlo inmediatamente: uno no se come a sus animales de compañía. No se sabe en qué consistirá el ágape, pero suelen ser productos franceses estupendos, nada que ver con plumas.

Faisanes a la fuga

Descartado el homenaje gastronómico, aunque sea el día de la Fiesta Nacional, puede que sus dueños opten por llevárselas en la mudanza. Parece ser que las gallinas no pueden viajar en la famosa «valija diplomática» y según el destino, que aún el embajador desconoce, podrían requerir un permiso sanitario. Así que lo mas fácil será seguir el ejemplo de Alfonso Díez cuando enviudó de la Duquesa de Alba y abandonó el palacio de Dueñas. El duque consorte tuvo que desprenderse de su imponente gallo negro, al que llamaba cariñosamente Sidney Poitier, y de sus catorce gallinas de Utrera, las más ponedoras. Con gran dolor, no tuvo más remedio que regalarlas porque en el piso de Madrid iban a estar muy incómodas, e igual que nadie osaría comerse a su yorkshire, habría sido abominable devorar a su Sidney Poitier, que fue la envidia de todo el que entraba en el Palacio sevillano.


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