
Joaquín Reyna, un paparazzi bien curtido en eso de agazaparse con un teleobjetivo, dice cruzar los dedos con fuerza cada vez que entrega una exclusiva a las revistas. A veces, antes, cuando aún está en el vuelo de vuelta tras seguir a algún personaje famoso durante sus vacaciones y el reloj no avanza lo suficientemente rápido para que la publicación descanse ya en los kioskos. Un tiempo largo, pues en tan sólo cinco segundos, la «celebrity» de turno puede colgar en su red social una fotografía que dé al traste con la noticia. Reyna piensa en lo que ha costado el avión, el alquiler del coche y del barco, el hotel, la comida, los informadores, la protección solar y demás gastos que puede que nunca sean amortizados si el sujeto que sale en sus fotos opta por entrar en aplicaciones como la de Instagram o Twitter y compartir con sus seguidores la langosta que está a punto de zamparse con, por ejemplo, su nueva novia. Y es que más de una vez su teléfono ha sonado para decirle que el tema en el que tantas energías y dinero invirtió ha caído.