
Desde niño, Felipe Juan Froilán, el nieto mayor de Don Juan Carlos y primogénito de la Infanta Elena y Jaime de Marichalar, ha despuntado como un niño inquieto, revoltoso y algo rebelde. De casta le viene al galgo y se nota que por sus venas fluye sangre de los Borbón. Famosas fueron sus patadas a una de las niñas que hacían de pajes, como él, en la boda de su tío Felipe con Letizia en la Catedral de la Almudena. También sus muecas y palometas a los fotógrafos y periodistas, por los que siente la misma simpatía que muestran sus padres por ese gremio. En el recuerdo quedan anécdotas como el disparo que él mismo se tiró y que afortunadamente sólo le lesionó el pie, la cara de desesperación pegado a un cristal del Palacio Real, mientras hablaba por su móvil como diciendo «quiero salir de aquí», el día que se celebraba la subida al trono de Felipe VI tras la abdicación de su abuelo, aquella imagen impagable colocándose la máscara del colectivo Anonimus ante los fotógrafos o la travesura de ironizar con su posible simpatía por Podemos. Con estos antecedentes y recién cumplida este verano la mayoría de edad era comprensible que siguiese en esa misma línea y más teniendo las hormonas revolucionadas como casi todos los jóvenes.